Llego la tormenta y lo arrasó todo, se llevo mis años y mi piel, mi fé y todos los sueños… O al menos eso creí…

Llegó la tormenta y envolvió en lluvia y espesa bruma todas las letras que llevaba en mis manos, se deshizo el tiempo en mi piel, esa piel que ya no era mía, cubriendola con una gruesa capa gris de un polvo denso que relentizó mis pasos. Mis palabras, tan mías en otros tiempos, se volvieron ajenas y esquivas, me dejé caer hasta el fondo de mi, en un mustió fondo, plagado de miedos y trozos de quimeras. Me dormí entre mis sombras y me abracé el vacio, me aferré a la incertidumbre de no ser, de no saber, me dormí en el letargo de mi propia ausencia, en el sueño infame de un espejo roto…

Llegó la tormenta y desató avalanchas, me envolvió en lodo y sepulto mi voluntad, me dejo hecha pedazos y desaparecí… Dejé de reconocer mi piel, mi voz tan limpia en otros tiempos, se volvió un rosario de lamentos sin palabras, solo sonidos incesantes, incongruentes, sonidos que carcomían lo más profundo de mi cotidianidad. Me deje abrazar por el dolor y lo abracé con todas mis fuerzas, lo sentí tan mío que dejó de doler… Dejó de ser un huesped indeseado, dejo de ser la oscuridad que procede al dramático final, para ser una tiniebla que abraza, y a la cual yo acepto y acojo, un maestro quizas, el cúmulo de mil fantasmas que deciden partir de mi memoria, un ejercito de odios que destierro de mi ser…

Seguír caminando, perderme en mis neblinas diurnas, sentarme en mis noches sin final con los trozos de algo que quizas fuí pero ya no logro recordar, una piel de serpiente, seca entre mis manos, una piel que dice ser mía, pero que ya no lo es… Morí mil veces para renacer una, aún fragil, aún sin piel, pero siendo yo, casi renovada, pero aún tan vieja…

La tormenta también lavó mi alma, me dejó desnuda en mitad de la nada, casi limpia, atormentada, resquebrajada, pero siendo yo, siendo yo desde la raíz, ese yo que nunca pude ver claramente, un yo que no conocía, que aún estoy aprendiendo a conocer… La tormenta me arrebato de las manos esos yos inútiles que con tanto temor atesoraba, me imprimió los miedos más atroces, pero también me dejó la fuerza suficiente para enfrentarlos, para blandir mi espada y no caer de rodillas ante esos monstruos de papel que tanto me atormentaron, demonios de humo que indeseados se alimentaron de mis lágrimas, entes despreciables, con mascaras de cercanía, hediendo a falsedad…

Ya no me agobian las sombras ni los yos que nunca seré… No conozco mi camino, quizas nunca lo he hecho. Aún no termino de tejer mi piel, y trozos de mi ser se esconden, aún escaldados, bajo esa nueva piel que entre mis manos se trenza, pero a pesar de las injurias soy libre, libre dentro de una caja donde el movimiento es escazo, pero libre, libre por que me basta cerrar los ojos y encender una vela para dejar que mi ser, ese ser sin piel, corra en libertad hasta la próxima muerte…

Me basta con encender una vela…

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